Stephen Covey comienza este libro planteando una sencilla y directa cuestión al lector. ¿Quieres ser una persona más productiva ya sea en tu trabajo, como en tu vida personal?
Con independencia de cuál sea el ámbito en el que deseas mejorar, todo está condicionado al hecho de cambiarte a ti mismo o a ti misma; y más concretamente, desarrollar una serie de hábitos que te permitan generar un cambio personal duradero.
Los hábitos forman parte de la vida de todas las personas y definen su comportamiento. La rutina es una fuerza equiparable a la gravedad y, como tal, te empuja en una u otra dirección.
No obstante, no todos los hábitos son igualmente aconsejables. Aquellos que influyen y determinan tu efectividad son los siguientes:
- Ser proactivo.
- Comenzar con un final en la mente.
- Priorizar.
- Pensar en ganar-ganar.
- Entender primero y ser entendido después.
- Generar sinergias.
- Afilar la sierra.
Cambiar desde dentro hacia fuera: cambia tu carácter, no tu comportamiento
El libro “7 Hábitos de las Personas Altamente Efectivas” es el resultado de la investigación por parte de Stephen Covey de obras realizadas con anterioridad en los últimos 2 siglos , según sus propias palabras.
De acuerdo con semejante investigación, existen dos principales mecanismos para mejorar en la vida.
El primero consiste en desarrollar aquellas habilidades para desempeñar el comportamiento deseado. También se conoce como la ética de la personalidad. Por ejemplo, si alguien desea mejorar sus relaciones con otras personas, necesita estudiar el lenguaje corporal, así como técnicas de comunicación.
Este planteamiento es muy popular pero tiene un problema de base. Si no se modifican los rasgos fundamentales del carácter, las nuevas habilidades aprendidas no se fijarán en la persona.
El segundo método es conocido como la ética del carácter. Es decir, se trabaja sobre el carácter, modificando los hábitos fundamentales y el sistema de creencias que definen tu perspectiva del mundo y la vida.
Sólo aquellos hábitos de comportamiento basados en el carácter pueden perdurar a largo plazo.
Por ejemplo, aprender algunas técnicas para conseguir el afecto de tu pareja no tendrá un impacto relevante en tu matrimonio si no logras primero cambiar tu carácter pesimista y egoísta por el de una persona positiva y generosa con tu esposa o tu esposo.
Los paradigmas y principios universales básicos con los que percibimos el mundo
Los paradigmas son las concepciones y asunciones que cada persona ha interiorizado acerca del mundo que le rodea.
Por naturaleza, los paradigmas son principios subjetivos que determinan la forma en la percibimos la realidad a nuestro alrededor y, por tanto, la manera en la que reaccionamos.
Lo primero que has de entender es que nadie es un observador objetivo de la realidad. Al contrario, todo aquello que percibes está filtrado por tus propios paradigmas.
Por ejemplo, una persona que se pierde en una ciudad desconocida puede percibir esta situación como una pérdida de tiempo o una situación de peligro, mientras que otro lo percibirá como la oportunidad para vivir una aventura. La realidad es la misma. Los paradigmas de estas personas son totalmente distintos.
Estos paradigmas definen tu carácter, por lo que su modificación supone el primer paso para lograr hacer cambios duraderos en tu vida y la forma en la que la vives.
Cambiando tus paradigmas, puedes modificar el mundo a tu alrededor -tal y como lo percibes-, así como tu carácter y el consiguiente comportamiento.
Antes de abordar cualquier cambio significativo en tu vida, debes identificar y analizar tus paradigmas personales, para descubrir cuáles están frenándote y limitando el desarrollo de tu potencial.
Stephen Covey ejemplifica un cambio de paradigma que experimentó personalmente en el metro de Nueva York, durante un trayecto realizado un domingo por la mañana.
El vagón estaba en silencio, con los pasajeros leyendo o incluso descansando con los ojos cerrados.
Tras una parada, un hombre y su hijo entraron en el vagón. Acto seguido, el niño comenzó a gritar y arrojar objetos, ante la estupefacción del resto de los pasajeros. Sin embargo, su padre se reclinó en un asiento y cerró los ojos.
Stephen Covey narra cómo decidió acercarse al padre para manifestarle su malestar y solicitarle que controlase a su hijo. Para su sorpresa, el padre calmadamente le reconoció que quizá debería hacerlo pero la madre del pequeño acababa de fallecer apenas una hora antes. Ambos estaban aún en shock.
El autor explica entonces cómo su paradigma cambió radicalmente. La realidad se vió modificada por completo y pasó de experimentar una fuerte irritación, a sentir una profunda compasión y deseo de ayudar a aquel hombre.
Los paradigmas que tienen una mayor influencia sobre tu desarrollo personal y tu éxito son los que están ligados con principios universales, tales como la integridad o la honestidad. Cuanto más logres modificar tus paradigmas para que se alineen con aquellos principios universalmente aceptados como buenos, más probabilidades tendrás de alcanzar un éxito que resulte duradero.
Los 7 hábitos a los que se refiere Stephen Covey están al servicio de la modificación de estos paradigmas para reforzar los principios universales.
Primer hábito: Proactividad
Stephen Covey comienza este capítulo distinguiendo entre lo que considera un comportamiento puramente reactivo o instintivo -propio de los animales-, y la capacidad de reflexión que los seres humanos tienen frente a los estímulos que recibimos del exterior.
Los humanos no tenemos porqué responder de una forma innata frente a dichos estímulos. Es decir, no tenemos porqué ser esclavos de nuestros instintos, sino que podemos reprogramarnos para reflexionar y reaccionar de una forma más idónea.
Así es como el autor diferencia entre un comportamiento puramente reactivo, de un comportamiento proactivo.
No obstante, también indica que la mayor parte de la gente adopta un comportamiento reactivo frente a los estímulos y circunstancias externas, lo cual limita y determina su comportamiento y aquello que sienten.
Las expresiones del estilo “no está en mi mano” o “no es culpa mía” son indicios claros de este tipo de actitud reactiva.
Sin embargo, quienes adoptan un enfoque proactivo tienden a asumir la responsabilidad de sus actos y el control de su destino. En definitiva, toman sus propias decisiones en lugar de permitir que otros lo hagan por ellos, y utilizan expresiones constructivas o centradas en sí mismos desde una perspectiva responsable.
Stephen Covey desarrolla esta idea en profundidad distinguiendo entre el círculo de preocupación y el círculo de influencia.
El Círculo de Preocupación reúne todo aquello que te preocupa y afecta pero sobre lo que no tienes control, ya se trate del clima o la inevitable factura de la luz.
El Círculo de Influencia, sin embargo, representa todo aquello sobre lo que sí tienes control y, por tanto, puedes modificar.
El autor señala que las personas proactivas se centran en su círculo de influencia; lo que les permite ir ampliando más y más aquellos ámbitos sobre los que sí pueden actuar.
Sin embargo, las personas reactivas se obsesionan con su círculo de preocupación, haciendo que su influencia merme progresivamente.
Con el fin de ilustrar el potencial del hábito de la proactividad, el autor alude a la figura de Viktor Frankl.
Viktor Frankl fue un neurólogo y psiquiatra austriaco, nacido en Viena en una familia de origen judío.
Durante los años 1942 y 1945 logró sobrevivir en varios campos de concentración nazis, tras lo cual escribió el libro “El hombre en busca de sentido”.
Durante su confinamiento decidió no doblegarse ante un entorno que no podía controlar pues aún era libre para decidir cómo reaccionar ante dicho entorno. En su lugar, y a pesar del tremendo sufrimiento, optó por proyectarse en el futuro como un hombre libre de nuevo. Se imaginó enseñando a sus alumnos aquello que había aprendido durante su estancia en los campos de concentración. Se refugió en su espiritualidad. Proactivamente, decidió conservar su libertad de pensamiento, en lugar reaccionar de forma pesimista frente a los estímulos exteriores de la prisión en la que vivía. De hecho, durante su estancia en Auschwitz, colaboró con la rabina Regina Jonas, reconfortando a los prisioneros del campo de concentración, y evitando así que se suicidaran.
Si deseas transformarte en una persona más efectiva, debes adoptar una actitud proactiva frente a los estímulos externos. Sólo así, podrás cambiar tu comportamiento y tus emociones.
Stephen Covey sugiere el siguiente ejercicio que denomina el desafío de proactividad de 30 días.
Durante ese plazo de tiempo -y con independencia de donde te encuentres-, siempre que te descubras culpando a otra persona o factor externo de un problema o dificultad que estés experimentando, recuerda que la clave está en cómo reaccionas frente a dicha situación. Antes de reaccionar o responder, utiliza tu libertad de elección para centrarte en encontrar una solución, en lugar de quejarte o acusar a otras personas. Este sencillo ejercicio reforzará tu proactividad.
Segundo hábito: Comienza con un final en mente
Toda tarea que llevas a cabo tiene lugar dos veces. Primero, cuando piensas en ella y después cuanto la pones en práctica; es decir, cuando efectivamente la haces.
Cuando construyes o encargas construir una casa, primero visualizas el tipo de casa que deseas, haces planos de la distribución de cada espacio y, sólo entonces, comienzas a poner los cimientos y levantar el edificio.
De lo contrario, el resultado será caótico y, previsiblemente, un desastre financiero.
Si no se dispone previamente de un plan, lo más probable es que se comentan errores sobre la marcha como, por ejemplo, no reservar un espacio para colocar la escalera que comunique el primer piso con el segundo.
En definitiva, antes de comenzar cualquier tarea, debes tener el resultado final muy claro en tu mente. De hecho, cuanto más clara sea la imagen del resultado final, mejor tendrá lugar la ejecución de la tarea en cuestión y, por tanto, mejores resultados obtendrás.
Este hábito ha evolucionado en técnicas de visualización que son utilizadas en múltiples disciplinas, incluyendo el deporte profesional.
Por ejemplo, los pilotos de carreras visualizan en su mente la vuelta de clasificación perfecta, justo antes de empezar.
Resulta mucho más eficiente, invertir el tiempo necesario en anticipar los pasos o acciones a realizar y visualizar el resultado deseado, que comenzar a actuar sin un plan ni rumbo claros.
Toma cualquiera de los proyectos que tengas actualmente, sean de la naturaleza que sean, y escribe detalladamente cuál es el resultado final que deseas conseguir, así como aquellos pasos que vas a llevar a cabo para lograrlo.
Este ejercicio resulta crítico tanto para las tareas y proyectos más inmediatos, como para tus objetivos de vida más globales.
Principio del liderazgo: Define tu misión e intégrala en tu vida diaria
Tal y como te hemos adelantado en el anterior apartado, la visualización de una meta también puede y debe aplicarse a tus grandes objetivos vitales.
Stephen Covey sugiere realizar el siguiente ejercicio.
Imagina el futuro dentro de 3 años. Imagina que has fallecido y es el día de tu funeral. Tu familia, tus compañeros y seres queridos están reunidos elogiándote. ¿Qué es lo que te gustaría que dijeran de ti? ¿Cómo te gustaría ser recordado o recordada?
La mayor parte de la gente malgasta su tiempo en tareas o metas que no resultan relevantes, ni tienen un impacto significativo en su vida o la de las personas a su alrededor.
Esto se debe a que no se han tomado el tiempo necesario para pensar en aquello que realmente desean.
El autor explica que hay una gran diferencia entre ser una persona eficiente y efectiva.
Básicamente, la eficiencia supone lograr realizar el mayor número de tareas o carga de trabajo, con el menor esfuerzo y recursos posibles. Sin embargo, esto resultará inútil si dichas tareas no están al servicio de un objetivo deseado. Por ejemplo, sería como subir una escalera para superar el muro equivocado. Puedes tener la impresión de estar progresando pero, en realidad, estás avanzando en la dirección equivocada.
Ser una persona efectiva, sin embargo, significa conocer el destino final al que deseas llegar, y sólo entonces colocar la escalera sobre el muro correcto para proceder después a ascender por ella.
La gente altamente efectiva establece primero allí donde quieren llegar y lo que realmente valoran en la vida.
El ejercicio de imaginar tu propio funeral y responder a aquello que te gustaría que la gente dijera de ti cuando hayas muerto te proporcionará una gran claridad de ideas, acerca de lo que realmente valoras en la vida.
Stephen Covey sugiere escribir una declaración de tu misión personal a partir de ese ejercicio. Define qué tipo de persona quieres llegar a ser, qué es lo que quieres lograr y cuáles son los principios y valores fundamentales que van a regir tu vida a la hora de alcanzar aquello que deseas.
Por ejemplo, indica qué tipo de esposo o esposa vas a ser, cuál será tu comportamiento como padre, qué principios guiarán tu carrera profesional y las relaciones con tus clientes y colegas profesionales, qué papel deseas desempeñar en tu comunidad, etc.
Esta declaración de tu misión se ha de convertir en el principal referente con el que midas y juzgues cada cosa que hagas y el mundo que te rodea.
Además, constituye una brújula o punto de referencia que te guiará permanentemente en la dirección correcta, te aportará seguridad y te permitirá recuperar el camino cada vez que hayas sufrido un desvío.
Obviamente, la confección de esta declaración requiere su tiempo y un profundo ejercicio de introspección. Te recomendamos elaborar un borrador inicial completo, el cual puedes ir refinando poco a poco.
Tercer hábito: pon primero lo primero
Una vez ya cuentas con una misión y objetivos claros, es el momento de hacerlos realidad.
El problema es que la vida se caracteriza por una gran cantidad de responsabilidades y tareas que pueden resultar abrumadoras.
Es entonces cuando entran en juego las habilidades para establecer prioridades y gestionar tu tiempo de la forma adecuada.
Por desgracia, la gran parte de técnicas de gestión de tiempo no tienen en cuenta la diferencia entre ser una persona eficiente o efectiva. Sin embargo, la aplicación de un sencillo criterio te aportará toda la claridad que necesitas.
Por supuesto, Stephen Covey se está refiriendo a la expresión “poner primero lo primero”. Es decir, establecer prioridades en todas y cada una de tus acciones y tareas, de forma que aquello que es importante sea realizado en primer lugar, para después acometer el resto de tareas menos relevantes o incluso delegarlas en otras personas.
Este autor propone una sencilla matriz de 2×2, también conocida como la matriz de Eisenhower, de manera que dispongas de 4 cuadrículas para distribuir todas tus tareas.
El primer cuadrante se corresponde con las tareas que son importantes y urgentes. Se trata de cuestiones que deben realizarse inevitablemente para evitar graves consecuencias.
El segundo cuadrante aglutina aquellas tareas que son importantes pero no urgentes; es decir, aquellas cosas cuya realización puede suponer un impacto muy positivo en tu vida pero que no son obligatorias o cuya omisión no generará un perjuicio en ti.
El tercer cuadrante reúne las tareas urgentes pero no importantes. Se trata de tareas intrascendentes cuya realización sólo puede tener lugar inmediatamente, pero su omisión no genera consecuencia alguna. El ejemplo clásico es el de una llamada telefónica. Si no contestas ahora, no podrás responder a esa misma llamada. Sin embargo, puede no tener la más mínima importancia.
Finalmente, el último cuadrante se corresponde con tareas que ni son urgentes, ni son importantes. Por regla general son una pérdida de tiempo y deberían ser desechadas siempre que se pueda.
La mayoría de las personas vive inmersa en el cuadrante uno -agobiados por lo inevitable- o en los cuadrantes 3 y 4 -distraídos por aquello que no es importante-.
No obstante, el cuadrante en el que debes concentrarte es el segundo; es decir, aquellas tareas que van a tener un impacto significativo en tu vida.
Stephen Covey explica una anécdota profesional como asesor de gestores de centros de compras. Éstos eran perfectamente conscientes de que el desarrollo de relaciones con los dueños de las tiendas era la actividad que mayor beneficio suponía. Sin embargo, apenas le dedicaban el 5% de su tiempo. En su lugar, invertían la mayor parte de la jornada en lidiar con informes y llamadas irrelevantes.
En el momento en que comenzaron a dedicar la tercera parte de su tiempo a mejorar las relaciones con los dueños de las tiendas, el nivel de satisfacción y la facturación se dispararon.
Para comenzar a desarrollar este hábito, crea tu propia matriz y distribuye tus tareas en ella. Identifica aquella tarea del cuadrante dos que hayas estado posponiendo y hazla inmediatamente.
Cuarto hábito: piensa en ganar-ganar
Nuestra sociedad se caracteriza por el paradigma del “ganar-perder”. Es decir, en nuestras interacciones con otras personas, impera un sentimiento de competitividad de acuerdo con el cual el beneficio propio, supone la derrota o una pérdida para el otro.
En el peor de los casos, el encuentro de dos personas con esta mentalidad termina convirtiéndose en una competición en las que ambas pierden, debido a su incapacidad para ceder o buscar el beneficio mutuo.
Sin embargo, no tiene porqué ser así. Gran parte de las situaciones en la vida no necesitan articularse como una competición. Es más, a menudo, el mejor enfoque es aquel que supone un beneficio mutuo para ambas partes, o lo que es lo mismo, un “ganar-ganar”.
De hecho, las relaciones de largo plazo no pueden cimentarse en una constante competición, sino en el apoyo para lograr el bienestar mutuo.
Esto puede aplicarse a todo tipo de ámbito, ya sea personal o profesional. De hecho, las relaciones profesionales o comerciales basadas en el ganar-ganar proporcionan una mayor satisfacción a ambas partes y garantizan un mayor beneficio mutuo en el largo plazo.
Obviamente, encontrar un escenario favorecedor para todas las partes requiere paciencia, una actitud negociadora y comunicativa, así como la suficiente sensibilidad para colocarse en el lugar del otro y comprender sus necesidades. A cambio, se logra consolidar una confianza difícil de quebrantar.
Stephen Covey sugiere que comiences pensando en una relación importante que tengas y para la cual te gustaría desarrollar una mentalidad ganar-ganar. Puede tratarse de una amistad, un colega profesional, un compañero de trabajo, un cliente, tu pareja, etc.
Lo primero que debes hacer es un ejercicio de empatía. Es decir, colocarte en el lugar de la otra persona y pensar en aquello que podría beneficiarla. Anota tus conclusiones y avanza al siguiente paso.
En segundo lugar, piensa en aquello que te beneficiaría a ti.
Por último, propón a esa otra persona si estaría dispuesta a llegar a un acuerdo que os favoreciera a ambos.
Liderazgo interpersonal y la cuenta bancaria emocional
Stephen Covey describe las relaciones personales como una cuenta bancaria de carácter emocional. Dicha cuenta puede tener un saldo positivo, negativo o estar a cero. Determinadas acciones contribuyen a reforzar el balance positivo y, por tanto, incrementar la confianza entre ambas personas, de manera que su relación cuente con la suficiente holgura y flexibilidad, y cualquier tipo de malentendido pueda solventarse con facilidad.
Por ejemplo, buscar soluciones conciliadoras basadas en el principio de ganar-ganar, mantener una actitud íntegra y honesta, cumplir con las promesas realizadas y mostrar interés por aquello que la otra persona dice y siente constituyen cargos positivos en esta peculiar cuenta.
Por el contrario, aquellas cuentas emocionales que se encuentran sin saldo carecen de margen alguno, por lo que cualquier confrontación puede generar un saldo negativo y deteriorar la relación gravemente.
Las soluciones o acuerdos basados en una relación de ganar-perder, así como las actitudes egoístas o la falta de constancia en los compromisos suponen una retirada de saldo de este tipo de cuentas y, por tanto, una reducción de la confianza mutua. Obviamente, lo ideal es hacer depósitos en esta cuenta de forma recurrente.
Además de los ejemplos de hace un momento, debes tener presente que la honestidad constituye el principal aporte de confianza en una relación. Esta honestidad no sólo se manifiesta en la expresión sincera de las opiniones, sino de muchas otras maneras.
Por ejemplo, mantener un constante respeto por la otra persona, incluso cuando no está presente, evitando así criticarla a sus espaldas supone, igualmente, un importante depósito emocional, dado que se está demostrando ser una persona de confianza.
En cualquier caso, según el autor, el depósito más importante es el resultado de mostrarse permanentemente empático, o lo que es lo mismo, intentar comprender aquello que es realmente importante para la otra persona.
Stephen Covey explica este fenómeno con un ejemplo de una de sus amistades. Se trata de un padre que decidió invertir 6 semanas y una gran cantidad de dinero para viajar con su hijo durante el verano y ver jugar a todos los equipos de la liga de beisbol. Este padre ni siquiera era un amante del béisbol; sin embargo, era consciente de la pasión de su hijo por ese deporte. Así que realizó semejante esfuerzo para aportar un gran depósito a la cuenta emocional que tenía con su hijo y fortalecer así su relación.
En el otro espectro de la balanza, puede haber ocasiones en las que lleves a cabo una retirada considerable de esta cuenta emocional. Esa pérdida de confianza debe ser compensada lo antes posible. No obstante, el autor recomienda que lo primero que se haga es expresar una sincera disculpa. Pedir perdón constituye un acto de sumisión y respeto que puede compensar en parte el daño ocasionado a la relación.
Quinto hábito: Busca primero entender y después ser entendido
Stephen Covey comienza este capítulo con algunos ejemplos bastante graciosos pero muy descriptivos de uno de los peores hábitos que se pueden tener en la comunicación entre personas.
Imagina que visitas a un oculista y éste, sencillamente, te entrega sus propias gafas para que las uses, sin molestarse siquiera en revisar la calidad de vista. Te dice: “Póntelas. Las he usado durante años y me han sido muy útiles. Tengo otro par en casa, así que puedes quedarte con éste”.
Obviamente, las probabilidades de que confíes en el criterio profesional de este oculista serán nulas, dado que no ha mostrado el más mínimo interés por comprender primero cuál es tu situación y tu necesidad.
Por exagerado que este ejemplo pueda parecer, es una descripción bastante fiel de la manera en la que nos comportamos con otras personas. En lugar de prestar la debida atención a aquello que están diciendo, así como a los detalles de su situación, vomitamos rápidamente algún tipo de consejo rápido que viene a nuestra mente.
Estos “consejos” no tienen efecto alguno puesto que preferimos confiar en aquellas personas que han demostrado verdadero interés por comprender adecuadamente nuestra situación.
La consolidación de relaciones de confianza requiere ser capaz de comprender a la otra persona y aconsejarla correctamente. Para ello, se necesita desarrollar la habilidad a la que este autor se refiere como “escucha empática”.
Para ello, Stephen Covey sugiere un importante cambio de paradigma.
En lugar de pensar en “estoy escuchando para ofrecer una respuesta”, debes pensar lo siguiente: “estoy escuchando para poder entender a la persona que tengo frente a mí”.
Se trata, al fin y al cabo, de un ejercicio de empatía, a través del cual te colocas en el marco de referencia de la otra persona, para comprenderla tanto intelectual, como emocionalmente.
Así mismo, también hay que tener en cuenta que buena parte de la comunicación tiene lugar más allá de las palabras. El lenguaje corporal, incluyendo las emociones manifestadas, constituye gran parte de la información que la otra persona nos está transmitiendo consciente e inconscientemente.
Por lo tanto, la escucha empática también implica prestar atención a todo el lenguaje no verbal, lo cual requiere una considerable práctica.
De hecho, Stephen Covey recomienda entrenar este tipo de escucha atendiendo a la conversación pero, en lugar de escuchar las palabras, propone observar qué emociones está transmitiendo la otra persona.
El desarrollo de esta habilidad puede requerir tiempo y esfuerzo. Sin embargo, la recompensa supondrá poder ganarse la confianza de la gente, así como su respeto, admiración e interés por aquello que tengas que decir.
Por cierto, este hábito ha sido incorporado en las obras de muchos otros expertos en diferentes formatos.
Por ejemplo, el doctor Gary Chapman en su libro “Los 5 Lenguajes del Amor”, destaca que durante lo que denomina como las “conversaciones de calidad” con tu pareja debes evitar interrumpirla, pues el objetivo principal es entenderla.
Sexto hábito: Sinergiza
La sinergia es el fenómeno de acuerdo con el cual la colaboración de varios factores genera un resultado superior a la suma de cada uno de ellos, o lo que es lo mismo, la unión de 1 y 1 puede resultar en 3 ó más.
Stephen Covey propone aplicar la sinergia a las interacciones sociales para lograr así resultados superiores.
En primer lugar, debes comprender que cada persona tiene virtudes y habilidades diferentes. Además, también percibe el mundo de una forma distinta. Esta variedad puede ser utilizada para generar sinergias en tus relaciones con otras personas, siempre y cuando seas capaz de valorar aquello que pueden aportar.
Para ello, es necesario ser capaz de escuchar a otras personas, ponerse en su lugar y recoger cuantas aportaciones puedan ofrecer, para así generar un resultado mejor que lo que cada uno por separado habría podido alcanzar.
Este autor destaca la importancia de crear objetivos comunes, y afrontar desafíos en grupo, en lugar de competir los unos contra los otros.
Recupera así las ideas del ganar-ganar y de entender antes de ser entendido, como elementos claves de este nuevo hábito.
A modo de ejemplo, Stephen Covey se refiere a la difícil tarea que fue encomendada a David Lilienthal tras el fin de la II Guerra Mundial. Fue puesto al frente de la Comisión para la Energía Nuclear, lo cual suponía una enorme responsabilidad y un aspecto muy delicado en el ámbito político internacional.
David Lilienthal creó entonces un grupo de personas de gran preparación e influencia y, pese a la apretada agenda de todos ellos, se las ingenió para programar varias semanas de reuniones a lo largo de las cuales el grupo tuvo la oportunidad de conocerse en profundidad y entender cuáles eran los miedos y deseos de cada uno.
Semejante cantidad de reuniones le supusieron a Lilienthal no pocas críticas, acusándolo de gestión ineficiente. Sin embargo, este proceso previo de preparación e interacción permitió crear un marco de sinergia en el grupo. De hecho, cuando comenzaron a aparecer los desacuerdos, todos los miembros se mostraron partidarios de llegar a un entendimiento creativo y respetuoso, en lugar de competir por llevar la razón.
Stephen Covey recomienda adoptar una actitud aventurera y constructiva a la hora de incentivar la sinergia en tus interacciones. El resultado de dicha sinergia es incierto y, en parte, escapa a tu control; sin embargo, siempre será superior a aquello que cada uno podría lograr. De ahí, la necesidad de tener una actitud lo más abierta posible.
Este autor advierte también de que la generación de sinergias implica tener una gran confianza en uno mismo o una misma, puesto que se está entregando al grupo parte de la autonomía o capacidad de decisión.
De ahora en adelante, deberías pensar en aquellas personas con las que has tenido dificultades para negociar o discutir un determinado tema. Pregúntate cómo puedes expandir tu mente y recibir su opinión o aportación. En definitiva, pregúntate si crees posible generar sinergias con ellas, a partir de ahora.
Séptimo hábito: afila la sierra
Stephen Covey termina este libro aludiendo a lo que considera las 4 dimensiones vitales clave: salud física, espiritual, mental, así como la salud emocional y social.
Para referirse a estas dimensiones de una forma conjunta, utiliza la metáfora de la sierra de un leñador.
Si los leñadores no afilasen su sierra de forma habitual, no tardarían en ser incapaces de talar un sólo árbol.
A menudo, el cuidado de estas dimensiones no recibe la debida atención. De hecho, es habitual escuchar excusas como la falta de tiempo. Sin embargo, convertirse y continuar siendo una persona altamente efectiva en el largo plazo requiere cuidar de cada una de ellas. Esto no sólo se traducirá en un considerable bienestar, sino en el incremento de la productividad personal.
Los consejos propuestos por el autor son sobradamente conocidos y sencillos, si bien vale la pena mencionarlos.
La salud física debe cuidarse mediante el ejercicio físico, una alimentación sana y la reducción del estrés innecesario.
- La salud espiritual implica la oración o la meditación, así como el establecimiento de una serie de principios o valores que rijan tu comportamiento.
- La salud mental requiere la lectura de buenos libros, la escritura de tu propia creación -ya sea en forma de diario, prosa o poesía-, la planificación de tus tareas y proyectos, y la minimización del tiempo invertido frente a la televisión.
- Por último, la salud social y emocional emana de la interacción con otras personas, la comprensión de éstas, la consolidación de relaciones beneficiosas con ellas y la creación de proyectos que supongan un beneficio mutuo.
Este autor propone primero hacer un listado de aquellas actividades que puedan contribuir a reforzar la salud en cada una de estas dimensiones.
En segundo lugar, se ha de escoger una de estas actividades y plantearla como un objetivo que se ha de realizar la próxima semana.
Finalmente, se ha de valorar cuál ha sido el resultado de la actividad y proceder a asignar una nueva actividad para la semana siguiente. De esa forma, se logra un equilibrio en el cultivo de cada una de las dimensiones fundamentales.
Con más de 15 millones de copias vendidas, “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” es una de las obras referentes en el ámbito de la productividad y el desarrollo personal.
Ahora que ya conoces sus principales enseñanzas, toma la guía de implementación rápida y asegúrate de ponerlas en práctica inmediatamente.